La playa

Empezaba a amanecer, era el principio de un nuevo día y el final de aquella historia. Me había sacado aquella espina que, aunque ya no dolía todavía estaba ahí.

Todo pasó muy rápido, en cuanto nos vimos supimos cómo acabaría la noche, pero no importaba, era una deuda que iba a resultar un placer cobrarse. Charlamos durante horas, bebíamos cerveza y seguíamos hablando, cerraron el chiringuito y nos fuimos a otro bar. Daba gusto estar allí, la brisa del verano acompañaba el calor que sentía por dentro, pero a la vez me hacía sentir un bienestar inusual en mí. Cuando ya no había más que hacer que marcharse a casa, comenzamos a caminar hacia la playa, al llegar nos sentamos sobre la arena y nos miramos dejando pasar el primer momento de silencio de la noche. Nos besamos como si lo hiciéramos a diario, con ese cariño que se tienen los buenos amigos, pero a la vez con la pasión que sienten dos amantes sabiendo que hacen algo prohibido.

Por un momento tuve dudas, porque no quería volver a pintar de drama aquella historia, así que no lo pensé dos veces, me levanté y me quité la ropa quedando completamente desnuda ante sus ojos. Me metí en el agua y desaparecí unos segundos bajo ella. Era impresionante el reflejo de la luna sobre el mar ennegrecido por la noche. El agua me hacía sentir libre y alejaba todas las dudas que pudiera tener. Él se estaba quitando la ropa y metiendo en el agua cuando esbocé una sonrisa triunfal, por fin había sucumbido y se había dejado llevar por el placer puro y duro. Jugamos durante un rato bajo el agua, persiguiéndonos y riendo a la vez que la temperatura subía, y tocándonos de forma cada vez menos sutil. Me puse de pie cerca de la orilla, cuando le perdí de vista, me sorprendió agarrándome por detrás, apretando mis muñecas y pegado a mi culo pude sentirle duro, deseando entrar en mí. Me arrastro de nuevo hacia el agua y volvimos a besarnos, la sal  había secado nuestras bocas, pero las lenguas parecían tener vida propia.

Abrí las piernas y le rodee la cintura con ellas, me colgué de su cuello para que me penetrara de pie. Me agarró por la cintura y empezó a moverse dentro de mí, entraba y salía una y otra vez, sin tregua. Me sentía plena, estaba gozando tanto cada embestida que debí hacerme una herida al morderme el labio. Cuando paró, bajé las piernas y me apoyé agotada contra unas rocas, se acercó por detrás y me acaricio la espalda entera, bajando las dos manos por las caderas hasta que me tocó, ahí…, ahí otra vez…, estaba hinchada y dolorida pero quería más. Me agarró por los pechos y me volvió a penetrar esta vez muy despacio, me susurraba cosas al oído que me hacían reír y a la vez estaba cada vez más y más cachonda. Casi sin esperarlo llegó mi orgasmo, fue suave pero largo y placentero, era el primer signo de la tensión que empezaba a liberar. Nos tumbamos después sobre la arena, me coloqué entre sus piernas y agarré su verga directamente con la boca. Chupé cada centímetro, cerré mi boca alrededor y succioné la punta mientras la rodeaba con la húmeda lengua. Cuando le quedaba poco para el orgasmo, paré en seco y seguí tocándole por el resto del cuerpo dando un suave masaje con las yemas de los dedos, él quería que siguiera, no comprendía aquella tortura, reí a carcajadas y cuando llegué a los hombros, abrí las piernas y dejé que volviera dentro de mí. Ésta vez no tuve piedad y cabalgué  sobre él de forma salvaje, aprisionándole contra la arena de la playa, clavando mis uñas sobre su torso; agarrándome por la cintura se irguió e hizo que quedara sentada sobre él. Me miró con una sonrisa triunfal y yo cedí derrotada, me dejé caer hacia atrás y abrí más las piernas para que acabara dentro de mí. Así nos quedamos un buen rato, exhaustos pero satisfechos; el agua que subía y bajaba por mis piernas me producía escozor entre las piernas, pero como todo, a su debido tiempo dejaría de doler, que el agua de mar lo cura todo.

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