«Todavía duraban las marcas en las muñecas, eran la prueba de que todo había sido real y no producto de mi fantasía. Sólo el recuerdo del dolor que me producían las cuerdas al forcejear hacía que me excitara de nuevo. La erección era casi constante cuando pensaba en ella, y era parte de la penitencia ya que no sabía cuándo volvería a verla y ninguna otra mujer me hacía sentir la mitad de lo que experimentaba con ella. Yo estaba a merced de sus caprichos, no podía llamarla, pero siempre que ella lo hacía yo acudía encantado.
Ese día había empezado azotándome; una y otra vez soltaba la mano y plantaba en mi culo una fuerte palmada, un golpe seco, y otro…después restregaba la palma sobre mi nalga para calmar el dolor, estaba roja y dolorida pero el contacto con su mano me hacía estremecer. Cuando paró, me encontraba tendido sobre el suelo, no pensaba moverme pero ella tenía plantado el pie derecho sobre mi culo y estaba seguro que si intentaba levantarme ella pisaría con más fuerza para clavarme el tacón. Solía tener muy claro lo que hacerme cada vez, aunque esta vez pareció dudar, o quizá hubiera cambiado de opinión sobre algo; los minutos que estuve sobre el frío suelo se hicieron eternos, tan caliente como me encontraba y aplastado boca abajo con la polla tan dura. Me liberó y me ordenó que me tendiera sobre la cama, entonces la vi, o al menos su silueta
Su pelo cobrizo brillaba más con la luz roja que envolvía la habitación, lo llevaba suelto y le caía sobre los hombros. Llevaba una máscara negra, se había dejado las uñas largas y las tenía pintadas de un color oscuro también, hoy no llevaba guantes. Llevaba un corsé negro, atado por detrás, muy prieto; y un tanga prácticamente inexistente, muy ceñido a su sexo, como una segunda piel. Las medias, sin ligero, pero de red fina y unos tacones muy altos. Ella me dejaba mirarla, era lo único que me solía permitir. Me ató cuidadosamente las manos, una a otra, y ambas sujetas al cabecero de la cama y empezó a recorrer mi cuerpo entero con sus manos, después con sus labios, hasta que llegó al miembro; me había confiado demasiado porque pasó de largo, sólo chupó los huevos, lo hacía tan delicadamente y tan bien, que hacía que deseara más, quería su lengua por todas partes, sobre todo por una en concreto, y ¡parecía que nunca iba a llegar ese momento¡ ella notó mi impaciencia y soltó una carcajada. Entonces se quedó apoyada sobre las rodillas, mirándome fijamente y se metió la mano dentro del tanga, se acarició y se metió dos dedos dentro, los sacó y se los chupó. ¡Yo quería! Sonrió y volvió a hacer lo mismo, y ésta vez metió los dedos en mi boca y los fue sacando lentamente para que la saboreara, era tan deliciosa…»
… esta vez él es el protagonista…
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