El nudo

«No conseguía quitarme el nudo de la garganta. Llevaba dos días con esa sensación, invadida por la rabia, los celos y el vacío que me quedó dentro cuando perdí la capacidad de llorar por otra persona. Me autoprotegía tanto de los sentimientos negativos que cuando éstos llegaban necesitaba buscar una manera no convencional de canalizarlos.
Llovía, y no podía salir a correr, que era una de las cosas que me dejaban con esa mezcla de cansancio y bienestar post-orgásmico, así que había decidido quedarme hasta tarde en la oficina, no solía hacerlo, pero esa tarde no quería volver a casa. Me quedé trabajando hasta que los informáticos del turno de noche comenzaron a llegar, siempre me había preguntado qué pasaba en la oficina cuando nos íbamos nosotros. El turno de la noche era tranquilo, había menos luz, menos gente y se respiraba otro ambiente. Ya me iba cuando me topé de bruces con el vigilante de seguridad. Le había visto alguna vez cuando yo entraba por las mañanas, pero era demasiado temprano como para fijarme. Estaba muy bueno, y por un momento, desapareció mi nudo de la garganta; desapareció para instalarse brevemente en mi estómago porque según salí por la puerta volvió a su sitio original.

Esa noche dormí mal, me había despertado varias veces, sudorosa, con pesadillas, así que decidí que me tomaría el día con calma. Entraría una hora más tarde a trabajar y ya veríamos cuando saldría. Fui a desayunar a una cafetería al lado del trabajo, el ambiente concurrido que había y el olor a café y a pan recién tostado envolvían la atmósfera haciéndola agradable y acogedora; estaba ensimismada pensando en el café cuando advertí que alguien me miraba. Era él. Estaba al otro lado de la barra, bebiéndose despacio un vaso de café sin dejar de mirarme. Le sostuve la mirada hasta que posó el vaso en la barra y pasó su lengua por todo el labio superior lamiendo la espuma de café que había quedado allí. No dejaba de mirarme. Boquiabierta, agaché la mirada y me acomodé en el taburete dándome cuenta que ya estaba empapada; ahora el nudo estaba en mi entrepierna.
Acabé mi café y levanté la mirada, ya no miraba, estaba apoyado en la barra mirando hacia ninguna parte, como esperando a alguien. Me levanté despacio y fui hacia el servicio, estaba lavándome las manos cuando vi su reflejo en el espejo. No había nadie más allí.
-Hola.
-Hola-dije. Sabía lo que hacía allí. Tenía dos opciones, salir por la puerta y dejarlo allí, o dejarme llevar por la idea de volverme a sentir deseada de nuevo.
Me di la vuelta apoyándome en la repisa del lavado, con el peso en mis manos y las piernas entreabiertas, desafiándole. Se acercó despacio, con movimientos gatunos y apoyó sus manos muy despacio en mis caderas. Me besó, se apartó y cuando yo le respondí se pegó a mí para que notara su erección. Mi sexo palpitaba por dentro, por fuera chorreaba. Siguió besándome y balanceando sus caderas hacia mí con suaves movimientos, simulando una penetración, me estaba volviendo loca de deseo. Me sentó en la repisa del lavabo y me quitó el tanga, me subí la falda y abrí las piernas mientras él sujetaba la puerta con pie, se metió el tanga en un bolsillo y fue a besarme justamente ahí, al coño. Lo tenía ardiendo, con su lengua alivió poco a poco la tensión que tenía de tanto deseo. Estaba un poco nerviosa por la situación, aunque muy excitada. –Relájate- me dijo. Pero yo no podía. Hasta que no empezó a hacérmelo con los dedos no conseguí dejarme llevar…»

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… ¿se quitó el nudo de la garganta?

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