INÉS Y EL NAUFRAGO
Un estrepitoso ruido interrumpió el profundo sueño de Inés, abrió primero el ojo derecho y después el izquierdo, debía ser muy pronto porque entraba poca luz por el cristal de su ventana. El silencio absoluto que inundaba el mundo de los sueños se vio invadido por el repiqueteo de la lluvia contra el cristal, no era simplemente agua, no eran gotas escurriéndose suavemente ventana abajo, era un tormentón de los buenos y los goterones chocaban con violencia contra los cristales del lado sur de la casa. De allí venían todas las tormentas que azotaban la isla.
Lo primero que hizo al levantarse fue ir hacia la puerta. De primeras pensó que su hermano había dado un portazo al salir de casa. Siempre cerraba la puerta como si estuviera escapando de algo y esa misma mañana tenia previsto ir con sus padres a la zona norte de la isla a una conocida feria.
Estaba cerrada.
Entonces ya no era un portazo lo que le había despertado. Sintió sobre el hombro el frío que provenía de la cocina, era la pequeña ventana que había sobre la pila de fregar la que se movía hacia fuera y daba pequeños golpes contra el marco, una racha de viento más fuerte debió hacer que golpeara con más intensidad y así se despertó. Tras lavarse la cara y desayunar poco más que un vaso de leche salió a la calle viendo como el sol estaba más alto de lo que pensaba. Vio también que no estaba la furgoneta de su hermano, estaba sólo la vieja tartana de su padre.
“Quizá no vuelvan hasta dentro de un par de días” pensó.
Cuando llevaban la furgoneta de su hermano, solían aprovechar para traer algún cabrito en la parte trasera, y los animales no entraban hasta el segundo día. La feria empezaba esa misma mañana, con artesanía, cerámica, retales y demás. Su madre siempre llevaba paños para vender y volvía con sábanas de lino para el invierno y lana nueva para tejer. La feria duraba dos días, siempre para San Lorenzo, y reunía a casi todos los comerciantes de la isla y parte de las islas vecinas. Los pueblos se quedaban casi vacíos, sobre todo los pequeños como el suyo. Ahora mismo se encontraba prácticamente aislada, viviendo a las afueras de un pequeño.
Se había hecho ya un poco tarde pero tenía que ordeñar a las cabras, así que se puso el pantalón, unas botas y una chaqueta por encima y se encaminó al pequeño establo que había junto a la casa. Tenía que caminar cuesta abajo en dirección a la pequeña playa que había junto a su casa y desviarse a la derecha por el camino que llevaba al pueblo. El mar rompía con fuerza junto al viejo embarcadero. Estaba abandonado, aunque de vez en cuando reposaban allí los restos de las tormentas que azotaban el sur de la isla. El pueblo estaba construido en torno a una pequeña bahía donde confluían corrientes marinas que depositaban en esa zona maderas, velas e incluso una vez, cuando era pequeña, varó un delfín. Eso mismo creyó ver cuando divisó una figura oscura y alargada tendida en la arena, no apreció movimiento alguno así que dejó la lechera apoyada en una piedra y bajó a curiosear. Iba acelerando el paso y, mientras se aproximaba, se dio cuenta de que la figura era grande pero no tenía la estilizada forma de un cetáceo; en vez de eso vio una figura humana tendida boca abajo y con los brazos abiertos. Paró en seco precipitada por el miedo a encontrarse un cuerpo con la cara devorada por los peces, pero algo le hizo continuar, dio un paso lento y después otro, como si caminara sigilosamente por un pasillo secreto. El aire le azotaba la cara con violencia allí abajo, la espuma del mar le salpicó al romper contra las primeras rocas, cuando por fin llegó junto al cuerpo.
Lo primero en lo que se fijó fue en su cara, en lo que veía de ella. Era un hombre, y estaba muy pálido. Iba vestido con lo que quedaba de una camisa y un pantalón completamente desgarrado, estaba descalzo y un hilo de lo que parecía sangre manaba lentamente de su boca. Tenía una herida coagulada en el costado derecho, era muy fea.
“¿Cuánto tiempo llevaría allí?”.
Se agachó y rozó la mejilla con los nudillos de su mano derecha, estaba helada. Le dio entonces un pequeño empujón con la mano, como si fuera a despertarlo de un profundo sueño, pero no se movió. Notó entonces un soplo templado contra su mano.
“Al menos respira”.
Sintió un profundo alivio al cerciorarse de que estaba vivo, tenía que sacarlo de allí o la marea se lo llevaría no tardando mucho. Dio entonces un fuerte empujón a su hombro y gritó: -¡Eh!.
Tuvo que empujar tres o cuatro veces para producir un movimiento espontáneo en el inerte cuerpo. Lo primero que reaccionó fue el dedo índice de su mano derecha, después el resto de los dedos de esa mano y seguidamente los párpados que se abrieron lentamente como si de un viejo telón se tratase.
-¡Venga, despierte, o la marea nos llevará a los dos!-gritó Inés.
El extraño la miró con unos ojos totalmente perdidos, quiso hablar pero no le salieron las palabras. Pudo moverse y ponerse boca arriba, se llevó la mano derecha a la frente y por fin dijo:
-Qué dolor de cabeza.
-Vamos, ¡levántese! Esto…, ¿puede levantarse?- preguntó ella.
Miró hacia arriba, directamente a sus ojos y, ante la lentitud de sus movimientos, Inés se agachó para ayudarlo, como vio que él era capaz de andar no volvió a preguntar y agarrándole del brazo lo condujo hasta el camino. Cuando llegaron a la puerta de su casa él paró en seco y miró extrañado.
-¿Qué ocurre?-dijo ella-¿se encuentra bien?
-No lo sé, me encuentro muy cansado y me duele mucho la garganta, ¡es cómo si me ardiera! ¿Vivimos aquí?-dijo, señalando hacia la casa de Inés.
-¿Cómo que si vivimos aquí? ¡Aquí vivo yo! ¿Quién es usted?
Una expresión de horror se plasmó en su cara:
-No lo sé. No recuerdo cómo me llamo y este lugar no me resulta familiar.
-Vamos a ver, ¿tampoco recuerda cómo ha llegado a la playa?
-Es evidente que a través del mar.
Inés resopló e invitó a aquel extraño a pasar a su casa, sentía la obligación de ayudarle. Empezaba a sentir cierta compasión hacia aquel extraño. Lo primero que hizo fue ofrecerle un trapo para limpiarse la sangre que manaba de su boca. Nunca se había visto en una situación así, pero creía actuar de la manera correcta, ayudando a aquel hombre como su familia hubiera hecho, aunque deseaba que la situación se resolviera lo antes posible.
-Cuando se recupere un poco iremos al pueblo y buscaremos la forma de volver a su casa…, aunque claro, si no sabe quién es, tampoco sabrá dónde vive, ni siquiera sabrá si vive en esta isla.
Él agachó la cabeza y le pidió agua para beber.
-Estoy mejor callada. Lo mejor es que se quede aquí, de momento. Por cierto, me llamo Inés -dijo cabizbaja dándose cuenta de la metedura de pata.
Él empezó a toser.
-Aggggggg, cómo pica la garganta.
-Ha debido tragar mucha agua salada, tardará en quitársele el dolor, es mejor que beba algo que le suavice, ¿por qué no toma leche con un poco de miel? -en ese momento se acordó de la lechera- ¡la leche! Mire, ¿por qué no se lava un poco con agua caliente, que está empezando a temblar, y yo voy mientras a ordeñar para que podamos beber leche?
Echó un vistazo al extraño, quizá fuera un poco mayor que su hermano, no creía que llegara a los 30. Lo miró detenidamente esta vez. Moreno, con ojos oscuros y una barba corta que hacía contrapunto a su pelo algo desaliñado. “Largo para ser de un hombre”, pensó Inés. Debajo de lo que quedaba de su ropa era fácil adivinar un cuerpo delgado pero fuerte, quizá porque era muy alto. Se vio a sí misma analizando la anatomía de un hombre como nunca antes lo había hecho.
-Te daré algo de ropa.
Le acompañó, y empezó a prepararle un baño. Era una suerte tener agua limpia y caliente un día de tormenta pero sí la hubo en esta ocasión. La bañera consistía en una pequeña pila con un escalón donde poder sentarse y asearse un poco, todo un lujo para algunos que no hacía muchos años habían empezado a disfrutar del privilegio de tener agua corriente en casa. Le dio ropa para ponerse y una toalla, y salió a por la leche.
Mientras ella atendía a los animales él se deshizo de su ropa y se metió en la bañera. Se sentía extraño, no sabía ni cómo se llamaba, dónde vivía, ni cuántos años tenía, veía imágenes de personas dentro de su cabeza pero no era capaz de relacionarlas ni establecer ningún parentesco. No recordaba haber visto a Inés en ninguna ocasión, sin embargo sentía una extraña sensación de familiaridad estando a su lado, le hacía sentirse seguro, aun sabiéndose desprotegido. Se sentía muy cansado y algo mareado, dejó caer el agua sobre su cuerpo para limpiar los restos de arena y sal que se le habían quedado pegados como una segunda piel y sintiéndose algo mejor se encaminó a lo que parecía que era la estancia principal de la casa y la única que conocía aparte del baño. Era un salón con un sillón grande junto a la chimenea, una mesa con cuatro sillas y una cocina sencilla en el extremo izquierdo. Se sentó en el sillón y se quedó dormido sin darse cuenta.
Le despertó el olor a comida recién hecha, abrió los ojos pero no se movió, y observó los movimientos de Inés de un lado a otro de la cocina. Ya había puesto la mesa y removía algo en una gran cazuela que desprendía, aparte de humo, un olor apetitoso. La primera impresión que tuvo de ella no fue la de una mujer hogareña y convencional, le chocaba que llevara pantalones. Llevaba el pelo recogido en un moño trenzado, le resultó encantador el mechón que recogía constantemente en su oreja derecha, como un recordatorio. Ahora estaba friendo algo en una sartén, algo blanco que iba cogiendo de una fuente de cristal. El lazo del delantal perfilaba su silueta, un delicioso cuerpo femenino con curvas prominentes y por un momento casi tan apetecibles como la sopa que hervía en la cazuela. También le hervía la entrepierna, y estaba dura, muy dura, distrayéndole así del dolor que provenía de su costado derecho ya que estaba acostado justo sobre la herida. Cuando ella miró hacia atrás y le vio despierto, tendido en el sillón y mirándola como quién contempla una obra de arte por primera vez se sintió avergonzado por si ella notaba su excitación:
-Esto, eh…, creo que deberías echarle un vistazo a mi herida- dijo él enseguida. Había visto la herida del costado mientras se bañaba y era evidente que necesitaba una cura.
Inés abandonó los fogones y se sentó junto a él:
-Anda, levántate la camisa que no puedo verla.
Se colocó bien sentado y se subió la camisa con las dos manos para que ella pudiera ver bien.
-Vaya, que pinta más fea, no es muy profunda pero tienes trozos de madera clavados. Vamos a tener que sacarlos.
-¿Vamos? -dijo él preocupado.
-Bueno, tendré que hacerlo yo. Espera que voy a quitar la sopa del fuego y voy a por cosas para curarte.
Se sintió más tranquilo al verla llegar con unos paños blancos, una pequeña palangana con agua y alguna cosa más. Parecía que sabía lo que hacía.
-Va a ser mejor que te quites la camisa porque te voy a mojar otra vez.
Puso una toalla cubriéndole de cintura para abajo, lo cual él agradeció porque la erección volvía según se aproximaba.
-Bueno, como ya te has bañado, vamos a presuponer que la herida está limpia y bien limpia así que voy a ir sacándote las astillas con una pinza.
Él intentó estar distraído y se animó a conversar, no se había dado cuenta hasta ahora que quizá ella estuviera casada, aunque parecía muy joven.
-Inés, ¿cuántos años tienes?
-Diecinueve – dijo mientras sacaba la primera astilla.
-¡Ah! – dijo él, con cara de dolor.
-Pues esa era pequeña – dijo ella, seria.
-Y claro, ésta es tu casa…
-Bueno, no sólo mía…
-¡Au! ¿podrías ser un poco más cuidadosa? por favor – dijo él con el ceño fruncido.
-Perdona…
Había sacado la última, que era más grande que las demás, y había empezado a brotar sangre de la herida. Mojó los paños y presionó para cortar la hemorragia mientras lo miraba con ternura, se sentía nerviosa pero cómoda a la vez. Una pizca de culpabilidad le invitaba a sentirse alejada, pero no movió un ápice de su cuerpo del lado de aquel extraño que la miraba de aquella forma tan peculiar. Desconocía cómo serían los seres que habitaran otros planetas, pero estaba convencida de que miraban así. Aquel hombre olía bien, pero no era su olor, era algo más imperceptible lo que hacía que estuviera allí clavada.
-Inés- dijo él, sosteniéndole la mirada- ¿estás casada?
-No.
Entonces la besó, acercó sus labios secos y lastimados como si aquel beso fuera parte de la cura también. Ella se apartó, ¡pero él hubiera jurado que por un momento fue correspondido!
-¡Oye! Que tengo novio… – dijo ella, apartándose de golpe.
-Lo siento. Lo siento de veras- dijo él, avergonzado.
-Mira, voy a terminar de curarte, comemos algo y por la tarde vamos al pueblo y a alguien encontraremos que te pueda ayudar a volver a casa, que como te vean aquí igual luego tenemos problemas.
-¿Tenemos? Ah, ya entiendo, por si viene tu novio.
-No, hoy no va a venir porque se marchaba a la feria también con su padre.
-¿Qué feria?
-La Feria de San Lorenzo, yo vivo con mis padres y mi hermano y esta mañana se fueron para Puerto Grande, al norte, a la feria todo el fin de semana.
Él asintió.
-¿Lo conoces?
-Sí, no lo veo muy claro pero en mi cabeza lo reconozco como un lugar donde he estado, aunque no consigo recordar ninguna situación en concreto.
-Bueno, vamos a terminar.
-Oye, quería darte las gracias por haberme ayudado, la verdad es que me has salvado la vida y me has curado muy bien. Igual es que vas para enfermera.
-Nooo. Es que mi madre estuvo en la Cruz Roja y ha sido quien me ha enseñado todas estas cosas.
-¿Tu madre es enfermera?
-No, ella limpiaba, pero aprendió cosas.
-Muy bien, ¿y qué es eso que vas a echarme ahora?
-Alcohol. Es un desinfectante buenísimo y te secará la herida.
Sólo rozarle con el paño hizo que casi saltara del escozor.
-Uy, perdona- dijo ella, con cara de sorpresa- venga acércate que verás como luego me lo agradeces.
Él aguantó estoicamente con tal de permanecer a su lado unos minutos más. Cuando una lágrima se escurrió mejilla abajo, a pesar de tener los dos ojos apretados, notó un dedo sobre sus labios recorriéndolos de lado a lado.
-Déjame intentarlo de nuevo.
Entonces fue ella quién lo besó. Introdujo su lengua despacio, abriéndose paso sintiendo el permiso que le daba la boca contraria. Ella soltó los paños y se juntó un poco más al maltrecho cuerpo de él que la recibió sin reparos. Agarró a Inés por la cintura, desabrochando su delantal primero y metiendo la mano por la camiseta para tocar uno de sus pechos después, ella iba acariciando con la mano derecha por encima de su muslo cuando alguien tocó a la puerta con violencia. Inés se sobresaltó y puso sin querer la mano sobre el bulto que producía el miembro dentro de los pantalones, estaba duro y era de un tamaño que no podía imaginar.
-¡Inéeeeees! ¡abreeee, que sé que estás en casa!
María, la hermana pequeña de su novio, aporreaba la puerta.
-Corre, – susurró Inés sobresaltada – métete en mi habitación.
-¿Y cuál es tu habitación?
-La puerta que está enfrente del baño.
Salió a abrir a María a la que recibió en el mismo quicio de la puerta.
-Hola, ¿qué te trae por aquí?
-Mi hermano me manda darte un recado.
María era la hermana pequeña de Marcos, su novio. Era unos años menor que ambos pero le adoraba y hacía cualquier cosa que le pidiera, hasta hacerle de recadera.
-Mi hermano me pide que te diga que vayas a verle esta tarde. Tiene fiebre y quiere que vayas a hacerle compañía.
Eso era un contratiempo, ya que pensaba que él se había marchado a la feria también.
-Ay María pues dile que no va a poder ser, que yo también ando algo mala y no voy a poder ir.
-Pero si siempre quieres…
-Hoy no puedo, dile que se mejore y que mañana si estoy mejor iré a verle. Y gracias por venir hasta aquí, bonita.
-¿Sabes qué? Hay mucho revuelo en el pueblo porque anoche con la tormenta dos pescadores de La Laja se cayeron por la borda.
-¿Y tú cómo sabes que eran de allí?
-Porque uno de ellos está en la fonda de mi tía Esther y al otro no le han encontrado, creen que se lo llevó la mar.
-¿Y cómo está?
-Dicen que bien, que esta misma tarde se marcha con alguien para la capital a coger el primer barco que salga para allá.
-¿Y al otro lo están buscando?
-No lo sé. Bueno, ¿entonces vienes o qué?
Inés negó con la cabeza y se quedó mirando a la niña que parecía no irse conforme con la respuesta y no se movía del sitio. No quería dejarla entrar ya que acababa de darse cuenta de que tenía puesta la mesa para dos y no quería preguntas porque la niña le contaba todo a su hermano.
-Será mejor que te vayas no sea que se ponga a llover otra vez.
-Bueno, me voy…
Cerró la puerta dejando fuera también la culpabilidad que llevaba sintiendo hacía rato. Sentía una gran atracción por aquel extraño y aunque era bastante inexperta en el tema del sexo, le gustaba la sensación que le producía probar cosas por primera vez.
Entró a su habitación y le vio echando una ojeada al estante donde estaban sus libros.
-Tienes muchos de un tal Julio Verne, debe ser un escritor muy conocido.
-Sí – rio ella- pero ya hace mucho tiempo que están escritos-. Su inocencia le pareció encantadora y, por primera vez, sonrió de verdad.
-Resulta que mi novio está en el pueblo, no ha ido a la feria, y quiere que vaya con él esta tarde a cuidarlo porque tiene fiebre.
-Ha venido su hermana a decírtelo entonces. Podías haberte ido con ella y llevarle la sopa.
-Es que no quiero, no me apetece. Quiero quedarme contigo, aquí.
-¿Y a qué se debe ese cambio? -dijo él, acercándose cada vez más.
-Cuando me has besado he sentido algo que con él nunca he sentido.
-¿Te das cuenta de que has elegido quedarte aquí con un extraño que no sabe ni quién es, o quizá sea alguien que te esté engañando, a irte y pasar un fin de semana cuidando del hombre al que quieres?
Ella lo miró sorprendida. No había pensado en la posibilidad de que él estuviera fingiendo. Cuando la agarró de nuevo por la cintura supo que ya no había vuelta atrás, que hacía rato que había tomado la decisión de quedarse con él en esa habitación durante esos dos días. La besó entonces con más fuerza, haciendo que sintiera una gran congestión entre las piernas, pareció que él lo adivinase porque no hizo más que darle la vuelta y desabrochar su pantalón para meter la mano dentro de sus bragas, presionando justo por encima del vello y amoldándose a la curvatura de sus labios, aliviando la congestión que sentía allí dentro.
-¿Tu novio te mete los dedos, Inés?
-Sí, pero es lo único que me mete.
Fue besando su cuello, descendiendo con la lengua mientras con las manos iba despojándola de la ropa. Lo hizo despacio, siguiendo el contorno de su cadera con los pulgares, mientras saboreaba y besaba vértebra a vértebra su espalda, de la nuca hasta el surco que separaba los glúteos. Se mantuvo pegado a su cuerpo para que ella notara la inevitable erección descendiendo a través de sus muslos hasta que él estuvo agachado y mordió con suavidad una de sus nalgas. Le dio la vuelta y quedando casi enfrente de su sexo alzó la mirada y puso ojos de cachorro, sabedor de que tras la travesura habrá igualmente una recompensa. Seguidamente hundió su cara en el coño de Inés. Ella tensó los muslos, aspiró el cargado aire de la estancia con fuerza y gimió cuando la lengua de su oponente tocó la pieza clave, primeramente lamió despacio como si estuviera explorando el terreno, cuando ya cogió un ritmo más o menos regular paró en seco viendo la agitación en la que estaba sumida ella, fue entonces cuando introdujo en su interior uno de sus dedos, primero hacia dentro y hacia fuera y después trazando pequeños círculos cerca del orificio de salida. Ella tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer, eso era terreno conocido. Entonces fue sorprendida por un cambio en la maniobra por parte de la mano de su náufrago, que metió el dedo contiguo y en vez de moverlo como antes los dejó dentro medio encorvados hacia fuera e iba tirando de la carne hacia delante, como atrayéndola hacia sí pero sin que ella levantara un pie del suelo. Sentía un balanceo, quizá se estuviera moviendo, pero no, comprobó su quietud abriendo los ojos por un momento. Era como estar de pie en un bote con el mar agitado. ¡Qué sensación tan agradable estaba recorriendo sus piernas!, de abajo a arriba, lentamente pero sin detenerse. Cuando creyó que su sexo iba a estallar en mil pedazos él volvió a tocar aquel punto mágico con la lengua, lo hizo calentarse de nuevo y no precisó mucho esfuerzo para que el orgasmo llegara tras un gemido corto y seco que la dejo quieta:
-Me mareo- dijo ella, entreabriendo los ojos.
Él se puso de pie y le acercó la mano, empapada por sus jugos, a la boca:
-Quiero que te saborees, a mí me encanta tu sabor.
Ella obedeció.
-Para haber perdido la memoria parece que sabes exactamente qué hacer.
-No sé, es algo que me sale, quizá esta parte de mi cabeza no ha sufrido ningún daño.
No dejó que la pausa durara mucho y tendió a Inés sobre la cama para despojarla de los pantalones y las bragas que habían quedado prendidos a los tobillos. Bajó su pantalón lo justo para liberar su miembro, le urgía penetrarla y aunque no quería ser brusco, el ansia era más fuerte y se tendió sobre ella, que abrió sus piernas para recibirle. No tuvo que hablar, la cara de miedo que tenía le transmitió su ansiedad por aquel momento, pero las ganas de estar dentro de ella eran más fuertes que la compasión, besó su boca con dulzura y mientras introducía la lengua la penetró lentamente hasta la mitad. Sin salir del todo, retrocedió un poco para observar su reacción y en un ápice de segundo estaba hundido en aquel pozo de placer. Extasiado y complacido por el logro comenzó a moverse rítmicamente dentro de una Inés que, con la mirada, pedía clemencia:
-Para, por favor- acertó a decir por fin. Se había quedado sin palabras al sentirse atravesada por aquel mandoble.
Se separó entonces de ella y la miró con ojos compasivos, comenzó a besarla entonces, primero pareció rechazarlo, pero poco a poco se fue dejando llevar de nuevo. Pegaron sus cuerpos y fue entonces cuando él se dio cuenta de la sangre, era poca pero imaginó que ella debía haber sentido dolor. Acarició sus muslos y fue separando las piernas poco a poco.
-Verás como te vas acostumbrando.
Tendida boca arriba, completamente desnuda, se sentía vulnerable ante él, que se puso de pie para terminar de desnudarse también. Ella se incorporó mientras le observaba, tenía un cuerpo esbelto y en este momento algo magullado, se fijó en los arañazos y contusiones varias que amorataban ya su piel y le pareció que dentro de él había un atisbo de ternura que le inspiraba confianza. Se quedó mirando fijamente a su miembro, estaba muy cerca y lo miraba con respeto, nunca había estado tan cerca, lo veía ahí delante, tieso y mojado, grueso y con la punta rosa y puntiaguda. Había estado dentro de ella.
-¿Te gusta?- preguntó él.
Ella se encogió de hombros.
No era placer lo que había sentido al tenerlo dentro, sino fascinación por como él se había sentido arrastrado por una fuerza que ella atribuía al miembro, una fuerza que lo había vuelto loco hasta penetrarla. Empezó él entonces a acariciarlo, lo manoseaba de arriba a abajo con la mano y pareció cobrar más firmeza entonces.
-Vamos, prueba tú.
Ella alargó su mano y, primero guiada por él, y después ya sola, empezó a masturbare. Iba probando ritmos distintos e iba comprobando como cambiaba la cara y la intensidad de su respiración, cuando ella aceleraba él ponía la mano sobre su muñeca y ella entendía que debía bajar el ritmo.
-Vamos a intentarlo de nuevo, pero de otra manera.
Se sentó entonces en la cama con las piernas estiradas y la atrajo hacia sí para que ella se sentara encima.
-Abre las piernas y acércate mucho a mi.
Esta vez sin miedo se aproximó y lo rodeó con los brazos, jugó con un mechón de su pelo más que revuelto y empezó a parecerle un detalle encantador que no tuviera el pelo corto. Se besaron de nuevo y mientras ella se agarraba fuertemente a su espalda él iba acariciando sus pechos, eran de una piel blanca exquisita, fina y de una suavidad que quiso probar también con la lengua. Ella empezó a relajarse, dejando escapar unas risas por las cosquillas que le producía la lengua sobre los pezones. Él también se rio y comenzó de nuevo a agitar su pene hasta que estuvo tieso como el mástil de un barco.
-Ahora vas a levantar el culo y bajando poco a poco, te la vas a meter a tu ritmo- ella lo miró insegura- yo te ayudaré.
Teniendo él el miembro bien agarrado con la mano, guió hasta que poco a poco estuvieron acoplados de nuevo. Entonces la besó y comenzó a balancearse muy despacio, fue ella esta vez la que comenzó a seguir su propio ritmo con la cadera. Se mecieron fundidos en un fuerte abrazo. Inés notó como poco a poco fue despertando en su interior aquella misteriosa fuerza que la empujaba a moverse más y más, alguna vez incluso con violencia, él parecía gozar al máximo y se agarró fuertemente contra ella cuando dijo:
-No puedo más.
Notó entonces un chorro caliente dentro de sí, diferente a lo que había sentido antes. Se desplomó entonces él hacia un lado arrastrándola consigo y allí permanecieron abrazados medio adormilados hasta que cayó la tarde.
Se levantaron de la cama movidos por el hambre y la sed. Inés tuvo que recalentar la sopa, que estaba más buena si cabe, y compartieron por fin la mesa.
-La niña me dijo que había en el pueblo un pescador de La Laja que había caído por la borda anoche con la tormenta junto con otro…, al que dan por muerto porque no lo han encontrado.
-¿Seré yo?
-Tiene sentido que seas de La Laja, es una isla muy próxima. ¿No recuerdas nada? ¿Ni si eres pescador ni nada de nada?
-No, no me acuerdo de nada de eso. Pero estoy convencido de que este día no se me va a olvidar.
-A mí tampoco.
-Y lo que está claro es que no puedo quedarme aquí para siempre, debería marcharme y ver si ese marinero me conoce y quizá me ayude.
-Quédate aquí conmigo, por favor- Inés agachó la cabeza.
-Podríamos irnos juntos, ¿qué te parece?- lo dijo con una sonrisa tan encantadora que por un momento hasta Inés se lo creyó.
-Quédate al menos esta noche. Nadie nos molestará aquí. Te daré dinero para que puedas ir a alguna parte y mañana te marcharás.
-Está bien, pero si no recupero nunca la memoria prometo que volveré a buscarte.
-Ella lo besó mientras ahogaba las lágrimas e hicieron el amor allí mismo, sobre el suelo de la cocina.
A la mañana siguiente ella dormía profundamente mientras él hacía rato que ya se había despertado gracias un fuerte dolor de cabeza, una sensación de mareo producida por un cúmulo de sentimientos hervía dentro de su cabeza. Se vistió lo más aprisa que pudo, cogió el dinero que ella había dejado encima de la mesa y miró una vez más hacia atrás antes de salir de la habitación, de la casa y, si el destino no lo impedía, de su vida. Cruzó el umbral y tomó el camino rumbo al pueblo, después tomaría el barco que lo devolvería a La Laja, su isla, junto a su mujer y su familia.
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