El Ventilador

EL VENTILADOR

El sol brillaba con  todo su esplendor y la brisa de poniente soplaba en la cara pero no despeinaba. Después de nadar hasta casi quemarme la espalda, caminar por la orilla me devolvía la paz que necesitaba, ese pequeño refugio en medio de las rocas era una de mis válvulas de escape. Solía ser feliz rodeada de rocas.

Hacía ya años que conocía esa playa y siempre me parecía ver a la misma gente, era poco frecuentada y tranquila así que era perfecta. Lo que más me gustaba era salir del agua y secarme encima de las piedras, ahuecar el culo entre ellas y quedarme quieta mirando el atardecer. A lo largo de los años me había enamorado de muchos lugares, cada uno con rincones que había prometido volver a visitar y lo había cumplido, no quizá con la frecuencia que hubiera deseado, pero ese lugar en concreto lo visitaba todos los años, aunque fuera una sola vez. Quizá fuera por los recuerdos que me evocaba, lo que sentía al echar la vista tiempo atrás y ponerme en la piel de la mujer que era hace 20 años. Miraba entonces hacía abajo y veía mis tetas mucho menos tiesas que entonces, pero todavía me parecían bonitas, en realidad siempre me lo habían parecido, y siempre me había gustado mostrarlas en ese rincón donde nadie te juzgaba si te apetecía estar desnudo. Era lo mejor de estas playas, la libertad. Fue para mí un tesoro encontrarla como todo lo bueno en esta vida, por circunstancias que no planeamos, por pura casualidad. No me gustaba el sur, no me gustaba levante… y este lugar parecía estar en un punto mágico intermedio que hacía que todo fuera diferente, un gran oasis entre la tierra y el mar.

Un grupo nuevo de gente se había instalado cerca de mi toalla, así que me cambié de sitio situándome más o menos en la mitad de la cala. Justo al contrario de donde yo me situaba al principio había un grupo de chicos y chicas fumando hierba y riendo sin parar que ahora se dirigían a darse un baño. Uno de ellos me resultó familiar, no le veía bien la cara pero tenía la sensación de que ya nos habíamos visto antes. Su cuerpo era delgado, el pelo claro caía rizado sobre sus hombros y el miembro que colgaba entre sus piernas… ¿acaso había intentado reconocerlo por su miembro? Mi cerebro debió dar por hecho que lo había visto alguna vez, porque sólo con pensarlo noté como entre mis muslos ya secos chorreaba ese líquido viscoso que también me era familiar. Estaba empapada sólo con ver a ese desconocido y evocar no se qué momentos dentro de mi cabeza. Froté un muslo contra otro incómoda por la situación agravando entonces el momento ya que la excitación fue creciendo, una cosa era que la cala fuera “liberal” y otra que fuera a masturbarme allí mismo que era lo que me apetecía en ese momento. Me puse de pie para meterme en el agua de nuevo y ver si así conseguía enfriarme un poco y ya de paso poder mirarle mejor y tratar de averiguar si era verdad que le conocía o no. Me miró entonces y yo tropecé con una de las piedras, lo quisiera o no ya había llamado su atención. Me sumergí en el agua con una sensación casi febril y cerré los ojos mientras frotaba la mano contra un sexo que manaba más y más según lo rozaba, me limité a limpiarme y refrescarme y al salir del agua lo miré de nuevo mientras su mirada seguía de refilón mis pasos, ¿le habría pasado lo mismo o simplemente miraba cómo había estado “tocándome” dentro del agua? Volví hacia mi toalla con su mirada clavada en la espalda, me senté, y cuando él se volvió hacia sus amigos de nuevo, reconocí la sonrisa y encajó la pieza que faltaba: los tatuajes. Aunque había alguno nuevo, era capaz de recordar perfectamente uno de ellos, exactamente la colección de brazos en la que había estado envuelta.

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Sonreí entonces al recordarlo, ahora sí, me acordaba bien de aquella noche que pasamos bajo el ventilador sudando y follando, follando y sudando y, aunque las horas estaban contadas no desperdiciamos un minuto. Yo ya había dejado pasar demasiadas oportunidades por culpa del miedo. Ya estaba mojada otra vez. Y reí, reí de nuevo al recordar aquella historia tan corta y a la vez tan divertida y emocionante, y lo feliz que me hizo sentir. Fue en otra tierra y con otro mar, dónde el azul es más azul si cabe y todo lo demás tiene un color difícil de olvidar. Recuerdo lo fácil e inesperado que fue todo, cómo perder la ropa en cuestión de minutos y sentir su polla por primera vez rozando mis bragas fue lo más excitante que había hecho en meses, cómo estando tan lejos de mi zona de confort estaba tan a gusto y cómo por fin había dado con alguien que pensaba exactamente igual que yo, aunque fuera en ese instante concreto del tiempo.

Su polla era grande y podría afirmar que hasta perfecta, no excesivamente gruesa lo que la hacía ideal para comerla, pero lo que más me complació fue su lengua. No sentí deseos de cortársela y eso ya era algo para celebrar, es más, deseé que fuera más larga, que pudiera estar en más de un lugar a la vez y que aquello no terminara nunca. Fue capaz de complacerme con creces, me comió tan suave y tan intenso a la vez que por primera vez experimenté el placer regalado ¡era tan bueno! Y seguía sudando, estaba empapada, como si estuviéramos follando bajo un chorro de agua. Yo miraba hacia arriba, el ventilador se agitaba pero mi calor no amainaba, nos besábamos sin descanso, las pieles se escurrían la una con la otra y la boca se me llenaba con su polla hasta la garganta una y otra vez. Y yo quería más, lo quería dentro. Él alargaba el momento, otra sorpresa grata para mí. El placer gratuito, el amante generoso que quiere que te corras tú primero. ¿Por qué no había conocido uno de esos antes? Aunque estaba exhausta me esforzaba por hacerlo lo mejor que podía, el calor me secaba la boca pero uncía la punta del miembro con saliva y lo recorría entero con la lengua para después envolverlo con los labios y recorrerlo de arriba a abajo mientras me asía a sus caderas. Me acariciaba pelo sin intentar dominarme sujetando mi cabeza, otro punto a su favor. Cuando sentí por fin su polla dentro de mi fue un alivio, sentir su cuerpo sobre el mío empapado, el pelo enredado y las manos entrelazadas, fue un alivio sí, pero enseguida quise más, quería que chupara y mordiera mis tetas mientras me lo hacía pero se resistía a dejarme cambiar de postura, yo reía, quería mandar, quería follarle y dirigirle al ritmo que marcaran mis caderas. Me costó conseguirlo pero lo logré, mi clítoris se rozaba contra él y el placer iba en aumento de nuevo. Volvimos entonces a las bocas, a las lenguas, a mover sus dedos dentro de mí mientras me comía, me agarraba a la almohada intentando alargar el momento lo máximo posible, pero también me gustaba complacerle a él, metérmelo entero en la boca mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar, a pesar del tamaño no me costaba tragármela entera, me gustaba tanto, me resultaba tan suave y tiesa que de no ser por el agotamiento podría haber seguido así durante horas. Me di la vuelta y me incliné para que me penetrara desde atrás, la metió con decisión y se agarró a mis caderas mientras me embestía una y otra vez. Tuve que pedirle que parara porque me sentía atravesada pero él no lo hacía y a pesar del dolor, el placer era cada vez mayor. Cuando por fin se corrió dentro de mi y se desplomó sobre mi espalda mojada me sentí exhausta y feliz, relajada.

Abrí los ojos de nuevo hacia la realidad del presente y miré de nuevo hacia donde se encontraba. Venía caminando hacia mi.

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