17º día de confinamiento y Raquel no había salido de su casa. Había leído dos libros, adelantado el trabajo de casi mes y medio y se había cambiado el color de las uñas tres veces. Su rutina había cambiado de un día para otro, pero no lo estaba llevando muy mal. Su trabajo implicaba viajar mucho, fuera de la ciudad y a veces del país, así que estar tanto tiempo en casa era nuevo para ella, podía teletrabajar y hacer un montón de cosas que siempre dejaba para “después”. También tenía mucho tiempo para pensar, había cambiado muebles de sitio y descubierto rincones de la casa que antes le habían pasado desapercibidos. Estaba acostumbrada a pensar por el camino, dentro de un avión o un tren, lo que suponía una gran diferencia con su momento actual, “¿cuántas cosas me habré perdido aquí cerca?”. Necesitaba ese parón.
Ni siquiera salía a comprar. En uno de los supermercados del pueblo daban la opción de hacer la compra por teléfono, para no tener que salir, pedías las cosas, pagabas, y luego te las llevaban a casa.
Tenía el día un poco tonto, habían llegado malas noticias y no le apetecía conectarse a la videollamada grupal que solía hacer con algunos de sus amigos por las tardes. No quería hablar con nadie, pero tenía que hacer la compra. Eran las siete de la tarde y con suerte se la traerían hoy mismo o mañana por la mañana, dependiendo de los pedidos. Era la suerte de vivir en un pueblo no muy grande y tenía ganas de volver a escuchar la voz del chico del supermercado. Era una voz desconocida para ella, no la relacionaba con una cara o un nombre que le fuera familiar, y se preguntó hasta qué punto estaba desconectada de la vida de su pueblo. Tampoco ahora podía hacer mucho, pues no se podía salir de casa más que para lo imprescindible. Al viajar mucho conocía gente de todas partes y no era raro que después de una jornada de trabajo, quedara con alguien para salir, cenar, o simplemente tener sexo por diversión. Solía viajar a las mismas ciudades y había con quien lo hacía de forma habitual. En su pueblo hacía mucho que no se relacionaba con nadie de esa manera, pero la voz de ese chico le había gustado, había despertado su curiosidad. La idea de fantasear con un desconocido le recordaba a los días de viajes, hotel y sexo casual.
Después de dos tonos de teléfono, alguien descolgó:
-Hola- dijo una voz de mujer.
Colgó. “Qué coño estás haciendo Raquel, si lo que quieres es hacer la compra”.
Esperó un poco y llamó otra vez, esta vez sí descolgó él.
“Menos mal”.
Tenía una voz áspera y grave, y se expresaba en un tono no muy alto. Transmitía seguridad y confianza lo que le hacía imaginarse a una persona con bastante personalidad. Encargó la compra, y casi sin darse cuenta se descubrió coqueteando con aquella voz ya no tan desconocida. Al ver que él seguía su juego, se le encogió el estómago, preguntándose si serían las famosas “mariposas ” o solo era que tenía hambre.
La conversación se alargó hablando de banalidades, aunque después comenzaron a contarse el uno al otro cómo estaban viviendo el confinamiento. Él no parecía tener ninguna prisa por finalizar la conversación, pero tuvo que hacerlo ya que se acercaba la hora de cierre del supermercado y tenía que poner en marcha los repartos que faltaban, incluido el suyo. Confirmó con Raquel la dirección y un teléfono de contacto y colgó.
“Bueno, ya se ha terminado”.
Su día había mejorado un poco, se levantó del sofá y fue hacia la terraza a tomar un poco el aire. Iba con los pies descalzos, era una costumbre que retomaba cuando llegaba el buen tiempo, y ya era primavera. Después, se puso el pijama y empezaba a cepillarse el pelo, cuando sonó el telefonillo. Reconoció la voz al instante.
“Vaya, vaya”.
Empezó a caminar de un lado a otro por la casa, nerviosa y excitada, sabía que era imposible verle frente a frente, que no podrían interactuar en persona, estaba prohibido y era peligroso. No debía hacerlo, sabía que tenía que abrir la puerta una vez que él se hubiera marchado, era lo correcto, pero por un momento se estaba planteando saltarse las normas del confinamiento y la distancia social. No, no podía ser.
“A ver, tampoco te hagas ilusiones”.
Corrió hacia la mirilla para poder ver al menos cómo era cuando estuviera cerca. Esperó unos segundos y al final decidió que no quería saberlo, se dio la vuelta y se sentó en el suelo dando la espalda a la puerta. Escuchó cómo alguien depositaba las bolsas al otro lado y tocaba el timbre. El sonido retumbó dentro de su cabeza.
-Hola, estoy aquí al otro lado. Muchas gracias.
Hubo un silencio corto que a Raquel le pareció una eternidad, “¿se ha ido ya?”. No, él estaba quieto, en silencio, pensando que en otras circunstancias ella habría podido abrir la puerta. Raquel advirtió su presencia al otro lado y se mantuvo en silencio, su corazón se aceleró, escuchaba los latidos en mitad de aquel silencio tan largo. Finalmente, él se marchó corriendo escaleras abajo. Cuando su corazón dejó de galopar, se levantó y volvió a echar un vistazo a través de la mirilla. El pasillo estaba vacío, abrió la puerta y recogió su compra rápidamente. Había decidido masturbarse en cuanto terminara de colocar todo, hacía días que no tenía ni ganas de tocarse, pero habían vuelto con ese encuentro a través de la puerta.
Estaba terminando de colocar todo cuando sonó su teléfono, era un número que no tenía grabado. Volvieron los nervios.
-Hola, soy yo, Sergio.
-Hola, ¿dónde estás?
-En el garage de mi casa, dentro del coche todavía.
Dentro del coche todavía y con una erección tremenda.
-Se me hizo raro no poder abrirte la puerta. Aunque tengo que confesarte que se me pasó por la cabeza hacerlo.
Fantasear con un desconocido era fácil.
-Has dicho que no me conocías, pero me habrás visto por la mirilla, y yo no he podido ver cómo eres.
-La verdad es que no he mirado, he preferido no verte y he decidido que no quiero saber cómo eres. Me has puesto cachonda y si no voy a poder tocarte, prefiero no verte.
Silencio.
“¿Me colgará? Creo que me he pasado”.
-Tú me la has puesto dura también, llevo con la polla dura desde que salí de tu portal.
“¡Bien!”, se relajó un poco.
-¿Y has ido a algún sitio más así?- reía ella.
-No, era el último reparto. Tu piso es el último sitio donde he ido antes de venir, y no quiero subir así a casa.
-¿Estás solo en el garage? ¿seguro que no hay nadie?
-Ya puestos, no me importaría…
-A ver, ¿en qué quedamos…?
-Pues quedamos en que si no tuviéramos que estar confinados, yo hubiera esperado a que me abrieras la puerta…
-Evidentemente, ¿y después?
-Me habría acercado, hubiera intentado establecer contacto físico, tocar tu mano aunque fuera, poder olerte.… Inconscientemente ya pensaba en cómo serías -hizo una pausa-, y en lo mucho que gustaría follarte.
-Yo también lo pensaba. Oye, ¿te estás tocando ya? Porque yo me acabo de desnudar mientras hablábamos. Quiero que me digas cómo es tu polla.
Directa.
-Acabo de desabrocharme los pantalones. Bueno -reía Sergio-, nunca he descrito cómo es mi polla, pero supongo que podría.
-¿Nunca has hecho esto?No te preocupes, tú cuéntame cómo está.
-Pues dura como una piedra, me la he sacado y me estoy tocando, ¿quieres seguir tú?
-¡¡Sí!!
-Es gruesa, no especialmente larga, pero gruesa, ya verás cuando te la meta.
-Primero me la comeré.
-Me salen gotas, pero con saliva es mejor.
Se escupió en la mano y continuó.
-Yo estoy masturbándome con una mano y con la otra me acaricio las tetas. Son pequeñas, quiero que me las lamas ahora.
-Sí, acércate y mientras me haces una paja yo te comeré las tetas. Te voy a morder los pezones.
-Joder, ¡qué dura la tienes! Voy a hacértelo con las dos manos mejor, antes de metérmela en la boca. Túmbate a mi lado en el sofá.
Sergio no se lo podía creer, estaba como loco dentro del coche, con los ojos cerrados e imaginando que realmente alguien le estaba tocando. No había pensado que eso le haría disfrutar tanto.
-Acércate más, que quiero tocarte el coño mientras me tocas.
Raquel estaba muy cachonda, estaba muy cerca del orgasmo, no sabía si parar para que fuera más fuerte, o permitirse dos. Pensó que era mejor tener uno fuerte así que paró en seco. Dejó de tocarse por unos instantes y centró su atención en la conversación.
-¿Ah sí? Pues vas a dejar de tocarme porque me voy a poner de rodillas delante de ti, en el suelo, para comerte bien la polla.
-Voy a follarte esa boquita que tienes, te estoy sujetando la cabeza, ¿me oyes gemir?
-Ajaaa.
Volvió a tocarse. Casi se le cae el teléfono.
-¿Estás bien?
-Sí, voy a sentarme encima de ti, quiero tenerte dentro ya.
-Te estás acercando y te voy abriendo el coño poco a poco, te estoy metiendo los dedos primero para que te prepares para mi polla, la vas a sentir pero bien.
-¿Vas a hacerme daño?
-No quisiera. Estás muy mojada, como a mí me gusta.
Raquel se mordía el labio inferior. Estaba empapada, era la verdad. Solo con dos dedos embadurnados en su propio flujo movía su hinchado clítoris haciendo círculos en el sentido de las agujas del reloj.
-De verdad, me encantaría que me vieras ahora -dejó escapar ella.
-¿Qué?
-Nada, sigue. Me estoy metiendo tu polla poco a poco, ahh, es grande, de verdad, no exagerabas nada. Uff.
-Qué bien que ya te tengo aquí enfrente, pegada a mí. Prepárate porque te voy a hacer sudar.
-Me estoy moviendo poco a poco, primero arriba y abajo, para acoplarme y sentirte bien dentro. Me voy moviendo despacio, ¿te gusta?
-Me encanta. Sigue así, te estoy besando el cuello y la boca.
-Agárrame de la cintura. Yo te voy a coger por los hombros, me estoy moviendo contra ti, me rozo el clítoris contra ti, ¿notas cómo me pongo? Me puedo correr cuando quiera follándote así.
-No, no, espera un poco más. Joder, me tienes a mil. Te voy a quitar de encima, ponte a cuatro patas que te quiero comer el culo y el coño.
-Venga.
-Qué rica estás.
Raquel se empezó a acariciar el culo también. Pensó en coger un juguete, pero en ese momento no sabía dónde los tenía y no quería distraerse. “No, mejor sigo sola”.
-Estoy gimiendo porque me vuelves loca, y te oigo gemir a ti también.
-Joder qué culo tienes, cómo me gusta tener mi cara aquí dentro, y mi lengua también. Te estoy tocando el coño mientras te como el culo. Te estoy recorriendo todo con la lengua, de arriba a abajo. Tengo la boca chorreando.
-Oye para no haberlo hecho nunca se te da muy bien…
-He visto muchas películas.
-Pues espero que hayan sido buenas.
Sergio estaba ya muy próximo al orgasmo, antes de subir el ritmo abrió la guantera buscando unos pañuelos de papel.
-Te la he vuelto a meter ahora de golpe. Te voy a dar pero bien, me gusta tenerte así, a cuatro patas.
-¡Ah! Joder, me haces gritar, me vuelves loca. No pares, me voy a correr ya.
Y vaya si se corrió. Su cuerpo tembló con las sacudidas. Jadeaba mientras Sergio seguía embistiéndola.
-¿Te has corrido ya?
Ella no era capaz de articular palabra. Jadeaba, no podía parar de hacerlo. Había tenido un orgasmo tremendo.
-Sigue follándome, solo que un poco más despacio hasta que me recupere.
-Claro, te tengo agarrada por la cintura, te voy a acariciar la espalda, como si fueras una gatita.
-Sí, por favor. Me lo estoy pasando muy bien contigo. Quiero que te corras en mi espalda, ¿te queda mucho?
-No en realidad, me la estoy cascando muy deprisa, me voy a correr, ahhh.
-Sí, así me gusta. Ponme perdida con tu leche.
-Joder, me has dejado seco. Me voy a tumbar sobre ti.
-Acuéstate aquí conmigo.
Ella estaba medio adormilada, se quedó así un buen rato, con una medio sonrisa en la cara y atontada por el torrente de hormonas que se había disparado en su cuerpo. Se sentía muy bien. Él se limpió las manos con el pañuelo y un poco del gel limpiador que llevaba ahora consigo a todas partes. Respiró hondo y salió del coche rumbo a casa.
-Ha sido increíble. Gracias.
-Gracias a ti por alegrarme el día. Ya hablaremos en otra ocasión.
Y alejándose el teléfono de la oreja, lo miró y colgó, lo soltó y dejó escapar un bufido. Entrecerró los ojos y se quedó con la mente en blanco unos minutos. La baba se le caía por una de sus comisuras. Se levantó del sofá y medio mareada terminó de colocar la compra.
“A ver si termina esto pronto”.
Me ha molado mucho Alba!! No dejes nunca de hacer lo que te gusta.
Gracias por el comentario 🙂