Fantasmas

-Cariño, esta noche no estoy muy concentrado… 

Álvaro gira hacia el otro lado de la cama y se inclina hacia el suelo para coger los calzoncillos que habían quedado olvidados por el suelo. No le apetece hablar de ello, no le da importancia.

-No pasa nada. 

Gema contesta tranquila, aunque su frente se arruga, preocupada. “Tarde o temprano nos iba a pasar. Al menos yo ya me he corrido”.

Álvaro no está cansado, de hecho, hoy ha tenido un día relajado en el trabajo; había quedado después con Gema para cenar en la pizzería de siempre y ella se iba a quedar a dormir. Es su primera relación tras los últimos tres años disfrutando de rollos de una o varias noches, de los que se olvida con facilidad. El sexo con Gema es bueno, aunque hay cosas que no se atreve a compartir, no sabe bien por qué, ya que la conexión es fuerte y se siente cómodo con ella.

Había estado muy callado durante la cena, distraído, pensando en que tardaba demasiado tiempo en bajársele la erección provocada por el encuentro con aquella chica. Enfadado y excitado al mismo tiempo, pensó que ella no le había reconocido, o había fingido no conocerle.  

Está inquieto, no para de mover los pies, aparta la sábana, molesto, es una noche calurosa y el sudor moja su pecho colándose entre el vello castaño que lo cubre. Desde la cena, y de forma intermitente, le viene la misma imagen una y otra vez dentro de su cabeza, la de aquella rubia lamiendo una bola de fresa, a punto de salir de la heladería con su amiga, que sí le ha reconocido y saludado con un gesto. La rubia le había mirado unos instantes y enseguida había desviado la vista hacia otro lado. 

“¿En serio no me ha conocido? ¿O es que me ha ignorado? Bueno, es lo mismo que hice yo con ella”.

Ni siquiera habían follado, no en persona, aunque sí lo habían hecho por teléfono y, además, durante horas. Ahora se gira hacia el otro lado y mira la espalda de Gema, escuchando su respiración. 

“Parece que ya se ha dormido. Joder, la tengo dura otra vez, ¿la despierto?”. 

Separa ligeramente sus labios, pero no llega a articular palabra. 

“¿Y si lo intento y me pasa otra vez?”.

Se sienta en la cama y abre el cajón de la mesilla. Ahí está su dildo.

“¿Por qué no le he hablado a Gema de esto y sí a la otra?”.

La erección cobra firmeza. Mira su teléfono buscando algún vestigio de esos meses, pero ha borrado todo. Ya de pie, se dirige hacia el baño pensativo, para un momento y da la vuelta alzando la mirada comprobando que ella duerme. Echa mano de nuevo a su cajón, esta vez llevándose el dildo y un bote de lubricante. Sin ella saberlo, esa chica está haciendo lo que tanto le había atraído y asustado en su día, tomar la iniciativa por él. Cierra la puerta con cuidado y se baja el calzoncillo dejándolo enganchado en uno de sus tobillos. 

“Ahora sí, ya puedo ser tu esclavo otra vez”. 

Suspira de placer dejando escapar la tensión acumulada. Comienza a masturbarse enérgicamente pensando en las horas que había pasado al teléfono sin atreverse a cruzar el límite, volver a verse en persona. No le había costado nada ser él mismo a través de mensajes, además, ella se lo había puesto muy fácil, tenía un don especial para ponerle a cien solo escribiendo. A veces sentía que follaban de verdad. 

Desde que está con Gema no ha vuelto a pensar en ella. No hasta hoy. Mira fijamente su imagen en el espejo, no parpadea, se ve a cámara lenta acariciando su grueso miembro.

Le viene a la cabeza una paja telefónica, donde él había sacado el tema de si a ella le excitaría ponerse un arnés y penetrarle con el dildo. No solo había accedido si no que había hecho crecer su fantasía de ser dominado. 

Sin dejar de tocarse, acerca dos dedos al orificio anal y empieza a jugar. Gema se lo come y le mete los dedos, pero no se atreve a pedirle lo que realmente desea. 

La rubia sí quería, pero su espontaneidad le había hecho sentirse intimidado, vulnerable. Cuando se siente así automáticamente mira hacia otro lado, esquiva a la gente. 

Se inclina sobre el lavabo e introduce lentamente el dildo, notando como el frío del lubricante contrasta con el calor de su piel.  

“Desaparecí porque no estuve a la altura como esclavo. Le hablé de mis fantasías con hombres y ella no solo fue receptiva, sino que me habló de su bisexualidad. ¿Cómo iba yo a ayudarla si no me entiendo ni a mí?”.

Con la cabeza agachada sigue penetrándose con el juguete, ahora con rabia, casi con violencia, como si se estuviera castigando por el daño hecho. Agarra de nuevo su polla con la mano libre, jadeando, y para por un instante cuando escucha ruido en la habitación. No entra en sus planes que Gema lo descubra así, ¿o sí?

 Mira entonces hacia la puerta, camina patosamente hacia ella y cierra el pestillo. 

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