Atravesando el sombrío corredor que lleva hacia sus aposentos, Arturo se detiene ante una puerta de madera vieja, pintada de verde, para introducir este mensaje bajo el travesaño:
Morgana, mi querida hermana. Escribo estas líneas porque no encuentro otra manera de llegar a ti y que me puedas escuchar. Has vuelto después de un año de ausencia, pero desde tu vuelta a la corte no te reconozco, vives en un castillo dentro de otro castillo. Te encuentro siempre en las estancias más frías, ya no te brillan los ojos como antes y solo hablamos de asuntos sin importancia. Creo que evitas mi presencia. No tengo muchos recuerdos de mi infancia contigo, separaron nuestros caminos para poder cumplir con nuestros respectivos destinos, pero sé que cuidabas de mí, siempre lo has hecho. Los meses que pasaste aquí antes de tu partida fueron los días que más iluminado ha estado este fortín, hasta entonces extraño para mí. De alguna manera que desconozco, conseguiste que este lugar renaciera y se convirtiera en mi hogar.
Esta noche te he observado desde el otro lado de la mesa, mientras servían la cena en el abarrotado salón principal y, a pesar del ruido, he intentado escuchar tus palabras, leer tus labios, para ver si así, de alguna manera podía adivinar la razón de tu alejamiento. Quizá ese tiempo en Avalon ha vuelto a despertar esa parte de ti que no me pertenece, ese linaje de magos que te corre por las venas, sangre que no compartimos, ya que solo somos medio hermanos. ¡Oh, Morgana, mi hermana mayor, mi protectora!
Tengo muchas esperanzas puestas en este matrimonio, Ginebra es hermosa, encantadora, inteligente y soñadora. Sé que vuestras creencias son opuestas, pero creo que podríais ser buenas amigas, nada me haría más feliz ahora mismo.
Miro hacia ella, mi prometida, quiero hacerla feliz y me gustaría que tú me ayudaras. Me encuentro por primera vez ante una gesta que no sé cómo abordar. Ginebra es virgen, y no quiero que nuestra vida conyugal se limite a engendrar un heredero, deseo amarla, quiero sentir su piel erizarse bajo las mantas cada mañana mientras la despierto a besos, pero estoy lleno de miedos. Si me escucharas, te confesaría que la admiro tanto que temo dañarla, temo que piense que yace con una bestia, pero es que, desde el día de la coronación, cada vez que pienso en poseer a una mujer me veo a mí mismo como a un animal salvaje. Me asusta imaginarme fuera de control y que afloren en mí los más oscuros instintos, corromperla con la cópula salvaje a la que mi cuerpo ansía entregarse. La visualizo sobre el lecho, a cuatro patas, y yo tirando de su larga trenza como si fuera la rienda de mi yegua blanca, mientras embisto sus nalgas a ritmo de un buen galope. He dejado de montar a mi yegua, creo que barrunta que algo me pasa, tú me enseñaste que algunos animales tienen desarrolladas capacidades que nosotros los humanos no tenemos.
Morgana, es el miedo al paganismo lo que me aterra, al efecto que pueda tener en mí. Creo que tú puedes ayudarme a comprenderlo, en una ocasión dijiste que la magia no tiene poder sobre el corazón humano, pero hoy ya dudo hasta de mí mismo.
El ritual de la coronación me hizo sentir que ardía en el mismísimo infierno, mientras levitaba a la vez sobre las nubes del paraíso. La Dama del lago decía que la única manera de ser digno de Excalibur y traer un reinado de paz era hacerlo así. Lo acepté, pero no puedo evitar sentirme contrariado. Según vuestra tradición, el ritual simbolizaba la unión de nuestros dos mundos. Hacerme con la cornamenta del gran ciervo me coronaba como Rey de los bosques.

Tú estabas allí con los demás cuando le di caza, después empezaron los bailes, la música, la preparación del animal recién sacrificado y la noche en la cueva. Recuerdo el olor a sangre mezclado con hierbas aromáticas e incienso. Yo estaba muy excitado, había matado una buena pieza y esa gran cornamenta era algo más que un trofeo. La caza es la caza y estoy acostumbrado a ella, pero al empezar todo lo demás pensé en qué opinaría mi Dios de todas estas cosas, abrazar el chamanismo a cambio de un reino en paz. Había una gran mesa y estabas allí sentada al lado de tu tía, la que parece un hada. Dimos buena cuenta de la carne del ciervo mientras caía la noche, bebimos de las mismas copas y después, ya no sé lo que pasó después. Me ungieron con la sangre del animal y me hicieron tomar aquel brebaje que nubló mi conciencia durante más de lo que soy capaz de recordar, pero te voy a contar lo que recuerdo.
Ya era noche cerrada, cuando me encontré ante la abertura de la cueva, la parte final de mi ritual de coronación. No sabía a lo que me iba a enfrentar, la Dama del lago, tu tía, decía que debía descubrirlo por mí mismo, que no iba a necesitar nada más que mi cuerpo y mi instinto. Estaba completamente desnudo. Recuerdo mirar hacia atrás y apenas distinguir los rescoldos de la hoguera ante la que habíamos compartido la presa. Los párpados me pesaban, pero pude ver que todos os habíais marchado. Tenía pecho, brazos y piernas impregnados con la sangre del ciervo, la sentía secarse sobre mi piel. Comencé a tener una incómoda erección, no nacía de ningún estímulo que fuera natural para mí y me encontraba cada vez más duro. Estaba muy molesto porque todos mis sentidos estaban allí concentrados y sentía la inminente necesidad de aliviarme, poseído por las ganas como nunca lo había estado. La atmósfera de la cueva era fría y silenciosa, pero mi sensación era febril y escuchaba los irregulares latidos de mi corazón mientras me adentraba hacia el interior. Me pegé a una de las paredes para no caerme pues el mareo era cada vez más grande. No esperaba encontrarme a una mujer, ella debió advertir mi presencia por el ruido que hacía al arrastrar los pies, pero reconozco que sentí alivio al escuchar otra respiración que no fuera la mía. Fue todo muy confuso, ella parecía estar tan drogada como yo, palpando distinguí su cuerpo, también desnudo, envuelto en suaves pieles. Me acurruqué junto a ella, y comenzó a besarme. Pequé de lujuria, pero juro que no la forcé, ella estaba tan poseída por aquello como yo. Morgana, no sé qué me pasó, no sé cuánto tiempo duró, sé que me sentí dominado por una fuerza tan extraña como placentera. A ratos nos dormíamos, agotados. Una de las veces que desperté, sin saber cuanto tiempo había pasado, ella ya no estaba, no recuerdo ni cómo olía su piel, nada. Tuve que ir al río a bañarme porque estaba impregnado en todos los fluidos corporales posibles y después ya volví al castillo.
Al cabo de unos meses te marchaste sin avisar, sé que volverás a hacerlo, pero espero que antes podamos conversar. Por favor, reúnete conmigo mañana en los jardines al amanecer, necesito volver a escuchar que el corazón es más fuerte que la magia, o no podré seguir creyendo.
Arturo
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Al cruzar el umbral de su puerta, Arturo encontró una nota en el suelo:
Mañana parto de nuevo hacia Avalon. Espero que tu ya entonces mujer no lo tome como una ofensa, pero tengo asuntos que me obligan a volver de inmediato.
Hasta pronto,
Morgana
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