(fragmento)
«…Javier fue el chico con el que empecé a disfrutar del sexo, había tenido relaciones sexuales con varios chicos, pero no fue hasta que él me mordió los pezones de aquella manera cuando por fin tuve un orgasmo con otra persona que no fuera yo misma. Él fue quien despertó en mí el interés por el BDSM, pero eso no lo supe hasta tiempo después de habernos separado pues la herida que dejo tardó largo tiempo en curar. Ejercía sobre mí tal poder que yo no tenía ni voz ni voto en esa relación pero la satisfacción sexual que me producía era tal, que no fui capaz de ver el abismo al que me acercaba. Así estuve durante tres años en los que a pesar de como acabó todo, yo fui muy feliz. Nos conocimos por casualidad, cuando yo me formaba en un pequeño hospital de provincias donde casi todo el mundo se conoce. Las primeras relaciones sexuales ya fueron diferentes al resto que yo había tenido; le gustaba dominar la situación y yo estaba encantada de no tener que llevar las riendas siempre. Empezó pidiéndome que me recogiera el pelo en una coleta bien prieta con la excusa de ver bien mi cara mientras se la chupaba, ése era el único instante en el que yo tenía la sensación de poder, tan pequeño como la distancia que separaba mis dientes de la piel que envolvía su miembro. Me gustaba verlo desvanecerse mientras estaba dentro de mi boca. Siempre me había gustado que me penetraran como a una perra, pero Javier lo hacía diferente, no sé si era el grosor de su miembro o la seguridad con que me penetraba. Me la clavaba como un poste al terroso suelo, pero no me causó rechazo ese dolor, lo encontré agradable y enseguida pedí más. Después vinieron los azotes, ¡qué cachonda me ponía! Aunque si tengo que elegir, prefiero la fusta que usa Raúl, mi marido. Javier me tenía atada de tal manera que no podía ni quería huir; las cuerdas vinieron después, pero eso ya fue con un marinero que conocí un verano, que para eso entendía de nudos y volví de aquellas vacaciones hecha una experta yo también. Cuando me hube repuesto de la ruptura con Javier, volví a las relaciones insípidas y entonces supe que lo que me hacía sentirme satisfecha era la sensación de dominación que, jamás volvería a permitir que se trasladara al resto de campos en mi vida, esa lección la había aprendido bien.
Volví a mirar al chico que se parecía a Javier cuando comenzó la ronda de preguntas, yo estaba húmeda por los recuerdos que había evocado, notaba el flujo correr por mis muslos. Por un momento sentí temor de que superara el límite de mi falda y llegara hasta las rodillas, me dio miedo levantarme pero tenía tantas ganas de ver a Raúl y estaba tan cachonda que no pensaba en otra cosa que en ir al baño y hacerme una foto íntima para mandársela. Él vendría ésa noche a verme, el final del congreso prometía ser al menos no tan aburrido como lo estaba siendo. ¿Qué sorpresa me tendría preparada? Como vendría en tren no tendría problema para traer algunos de nuestros “juguetes”. Salí despavorida del salón, el camino hasta el baño lo hice casi volando pero fue en vano porque ya estaba lleno. Decidí buscar otro baño en el piso de arriba con la esperanza de que estuviera vacío, tenía la sensación de que alguien me seguía pero no miré hacia atrás; me dolían los pezones y los pies, pero sobre todo me dolía el hinchado coño que se estremecía con el roce del tanga según subía los peldaños. Si encontraba un baño vacío me masturbaría allí mismo. Por fin llegué. Aunque estaba vacío me metí dentro de uno de los urinarios pero no cerré la puerta, me remangué la falda y llevé mi mano hasta el enrojecido sexo, estaba hinchado y húmedo, metí dos dedos dentro y los saboreé. Saqué el móvil y le hice una foto, un primer plano que mostraba mi mejor sonrisa…»
… ¿quieres saber cómo continúa?
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