
Durante las semanas que estuve encerrada, mi primer pensamiento cada mañana era que me iban a matar. Creía que acabaría quemada como las demás. La estancia era amplia, pero la oscuridad cubría cada rincón haciendo que apenas nos distinguiéramos. Los goznes de la puerta de hierro chirriaban dos veces al día, cuando el carcelero nos traía aquel despojo al que llamaban comida. Al fondo de la celda, había un pequeño tragaluz por el que, con suerte, se veía la luna. Por esa claraboya por la que apenas cabía una rata a nosotras se nos escapaba el alma. A veces no se podía distinguir el humo de las nubes. Solo el olor a carne quemada nos ayudaba a discernir el momento. Sabías cuando Mistral azotaba porque el hedor te intoxicaba los sesos.
Muchas se pasaban el día sollozando, no podían soportar verse tan pobres como yo. La penumbra era menos penumbra en la entrada de la celda, pero preferían que la oscuridad protegiera su vergüenza. No se acercaban a la puerta ni tampoco a mí. Me encerraron por bruja, me acusaban de hechizar a los hombres.
Alguna se acercaba para ofrecer al carcelero dinero a cambio de su libertad. Era lo que sabían hacer. Aquí eso no servía de nada, ya que todas valíamos lo mismo. Yo me acercaba porque sabía que la única esperanza para salir viva de allí colgaba de los calzones del carcelero. Oscilaba de un lado a otro como un péndulo y el tintineo contra el pantalón nos advertía de su llegada. Aquel condenado manojo de llaves me tenía todo el día pensando en cómo robarlas.
Él dormía en un rincón cerca del acceso a nuestro agujero, pero la llave era inalcanzable. Me asomaba y le miraba mientras dormía sobre el jergón de paja. Yo confiaba en seducirle con la mirada, la única parte limpia que podía mostrar. Guardaba una piedra entre las ropas para estrellarla contra su sien cuando bajara la guardia. Había seducido a muchos hombres solo con mis ojos así que tenía que intentar utilizarlos para mi salvación. Inventé un juego donde le hablaba en sueños y al cabo de unos días comenzó a mirarme a los ojos. Había conseguido la mitad de mi propósito. Me deseaba.
Los ojos de aquella mujer empezaron a decirme cosas. Eran de color castaño, muy corrientes, pero tenían un rasgo que los distinguía y que me resultaba familiar. Uno de ellos sobresalía llamativamente más que el otro. Todas las mañanas me encontraba con las miradas suplicantes de aquellas mujeres, excepto aquella que, en lugar de demandar, ofrecía. Tardé tres días en caer en la cuenta de que ya la conocía, o creía conocer. Por las mañanas, amanecía arrecido de frío y con los huesos entumecidos sobre el jergón, pero duro, y pensando en ella. Poco a poco comencé a desearla, me sentí contrariado ya que me mostraba compasivo por primera vez en la vida. Quise cuidar de ella, ayudarla.
Una noche desperté creyendo que alguien me hablaba. Había tenido un buen sueño y la tenía dura, no mucho, pero aquellas palabras cobraron vida propia y se me agarraron al miembro haciéndolo crecer. Cómo la deseé entonces, no había tenido una erección así en mucho tiempo. Comencé entonces a masturbarme, su voz me ofrecía ayuda para continuar y no tardé en acercarme para hacerlo a través de los barrotes.
Puede que sí resultara que yo era una bruja de verdad porque inmediatamente después abrió la puerta muy despacio y me atrajo hacia sí tapándome la boca con la mano. Yo le daba la espalda y podía notar el miembro sobre la falda. Por un momento temí que mi plan fuera un fiasco y lo único que iba a conseguir era que me violaran antes de matarme. Pensé que si me pegaba lo suficientemente fuerte podría quedar inconsciente y no sentir cómo me ataban al poste de la pira. Tuve tanto miedo que me meé encima, lo noté por el calor en la pierna porque el olor era imperceptible en aquella pocilga. Me tiró sobre el jergón y se sentó a mi lado. Caí bocabajo y alcé mi trasero hacia él para que acabara cuanto antes. Comencé a tragar saliva de manera refleja para distraer las ganas de llorar. Lo que sucedió fue inesperado para mí, me dio la vuelta atrayéndome hacia sí y me besó. Pensé que era mi oportunidad para sacar la piedra y matarlo allí mismo.
Estaba asustada, creo que pensaba que yo iba a hacerle daño. Me acerqué a ella y la besé torpemente. Apretó los labios la primera vez, la segunda se fueron entreabriendo poco a poco y me metió la lengua. Parecía relajarse. Metí la mano bajo su falda y la noté muy mojada, pero aquello no era por la excitación. Sequé sus piernas con la tela y la remangué hasta la cintura para ver su sexo. Los labios, tan secos como los de la boca, comenzaron a abrirse ante mi mano poco a poco y fueron mojándose. No tardó en sentarse sobre mí y la pude penetrar.
Me excitó de verdad, sentí verdadero placer al mecerme contra su cuerpo. Iba a correrse de un momento a otro, era el momento de sacar la piedra y robarle las llaves. Me besó otra vez y me acarició la espalda, apartando el enjambre que tenía por pelo. Por un momento me olvidé de dónde estaba, quería tocarme el clítoris porque me estaba gustando de verdad. Él mantenía sus manos cerca de las mías, creo que nunca terminó de fiarse.
Sudábamos juntos, el sabor de su piel era lo más humano que había probado nunca. Éramos dos animales de granja retozando en el barro. Me cabalgaba con deseo, ella parecía estar disfrutando. Agarré sus muñecas al tiempo que se arqueaba hacia atrás mientras yo llenaba sus entrañas con mi semen. La atraje hacia mí sin dejar de abrazarla y le propuse entonces irnos juntos, yo podía sacarla de allí. Sus ojos marrones se tornaron entonces vidriosos, como trozos de madera astillada. Seguía dentro de ella, pegado a su interior a través de nuestros fluidos. ¿Sería verdad eso que decían? Yo ya no quería separarme de ella.
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La luna llena se deshace sobre la superficie negra del río que nos ha devuelto el tono original de nuestra piel. El agua parece haber limpiado nuestras faltas y nos guía hacia un nuevo lugar, río abajo. Sin nada en el estómago, pero con nuestras bocas siempre satisfechas, hemos podido gozarnos sobre la hierba ya varias veces. Él duerme unas horas hasta que podamos seguir caminando, mientras yo vigilo. Estoy tendida sobre su pecho, cubriéndole como una sábana y escuchando cómo su respiración se mimetiza con los nocturnos sonidos del bosque. He caído en mi propio hechizo.
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